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El Caballero detrás del alcalde

El Caballero detrás del alcalde

Cuando te conviertes en un referente tienes que ser muy humilde.

Nos recibe un hombre alto sobradamente conocido, con la mirada viva y aguda de un adolescente que tiene respuesta para todo y la sonrisa letal del feroz animal político al que sus adversarios reconocen y temen. Su porte es inversamente proporcional a su actitud: el primero, elevado; la segunda, llana.

Todo en la primera planta del Ayuntamiento de Vigo está bañado por la inmensidad: cada veta de la madera de la mesa ovalada del despacho de alcaldía, el mobiliario sobrio del espacio de aspecto suntuoso que escucha el futuro de la ciudad, la inmensa cristalera con vistas al océano cincelado por las illas Cíes y el avezado Caballero cuyo sueño es convertirlas en Patrimonio de la Humanidad: “Es el propósito que aún me queda por cumplir al frente de la alcaldía”, exclama mientras las observa con el semblante de un joven de 76 años.

“La edad”, señala: “No es un impedimento para nada. Todo lo que pasa en esta mesa yo ya lo viví antes. Y eso te proporciona serenidad, el sosiego, la tranquilidad, la reflexión para tomar las decisiones. Es un activo”.

Su presencia es rotunda y tan ancha como la de las personas que han vivido, es decir, las que han sabido equivocarse. Abel Caballero reconoce “haber tenido la suerte” de cometer muy joven su primer gran error: “Con 18 años me equivoqué de carrera, tan pronto como la terminé descubrí que no era lo mío, pero no reniego de ello porque me enseñó a decidir y, sobre todo, me enseñó que no decidir también es tomar una decisión”.

Algunos ciudadanos dicen de él que ha “rescatado a la ciudad de Vigo” y que “la ha puesto en el mapa”. Durante la conversación demuestra ser también un experto en rescatar lecciones. “Como marino mercante”, indica: “Aprendí a sufrir, a aguantar y a decidir”. De su época en el exilio sobrevive una profunda y evidente vocación política: “Los dos años que estuve en el extranjero intentando volver a España luché por la defensa de la libertad y de la democracia y esos valores me acompañan siempre allá a donde voy”.

Es el catedrático más antiguo de la Universidad de Vigo y suya fue la primera clase magistral de la institución. De esa época aprendió la importancia de “apoyar a los chavales” porque entendió que “es mucho más importante dar impulso a un estudiante que suspenderlo, una decisión como esa podría desmotivar al joven y abocarlo a abandonar su carrera”.

“Si en Cambridge aprendí economía, como diputado aprendí a gobernar”, indica el regidor, que entre los muchos idiomas que domina maneja sobremanera el de los silencios: “La alcaldía, sin embargo, me enseñó que liderar y gobernar es mucho más que dirigir” porque: “Cualquiera dirige, pero pocos lideran con la gente a su lado y contados lo consiguen. Eso significa llevar a toda la ciudad contigo”.

Estira las palabras cuando habla de Vigo, la ciudad a través de la que “lo enjuicia todo”. La recuerda cuando era niño a través de su infancia cuando habla de la Navidad, la época en la que tiene lugar esta conversación. “Viví una infancia muy muy feliz pero aquella ciudad no se parecía nada a esta, ni aquella Navidad a la de ahora”.

“Entonces era muy familiar”, relata: “Con 5 hermanos, papá y mamá compartiendo momentos inolvidables. A mí eso me marcó. De niño me entusiasmaba tanto el Belén como todas las tradiciones que hacíamos en casa pero eran unas fiestas en lugares que no tenían ni la capacidad ni el esplendor que tenemos hoy en Vigo. Me entusiasma que vengan muchas niñas y niños de fuera con sus familias. Ellos dibujarán la idea de esta ciudad para toda la vida. Me reconocen y me ven como ‘el alcalde de las luces’, deben pensar que las pongo una por una”, ríe.

‘Cualquiera dirige, pero pocos lideran con la gente a su lado y contados lo consiguen’

Lleva 15 años y medio al frente de la alcaldía y cosecha más filias que fobias, así lo atestiguan los resultados electorales: “Primer mandato, 9 concejales; segundo, 11; tercero, 17; cuarto, 20. Eso es extraordinario. Quinto mandato, ¿21? Yo me arriesgo”. En todo este tiempo asegura no haber disfrutado ni un solo día de vacaciones: “Es un hecho probado, doy ruedas de prensa todos los días”.

Sonsacarle frustraciones y sinsabores es una tarea complicada, de esa labor se encargan sus detractores, pero algo que es difícil de rebatir es su mérito al conseguir en los vigueses el sentimiento de identificación con la ciudad: “Antes la gente se iba de Vigo los fines de semana, ahora Vigo está orgullosa de sí misma y es un destino turístico, es algo que quería conseguir porque me disgustaba que esta ciudad no se valorase a sí misma. Eso se ha conseguido desde que soy alcalde, ya sabemos que somos la mejor ciudad del mundo.”

Describe la ciudad olívica como un lugar amable donde estamos siendo testigos de una “auténtica revolución”: “Se trata de una revolución tranquila, pacífica, en la que no hay damnificados y de la que todo el mundo se beneficia, vivimos un proceso de unidad y de concordia que está por encima de las ideologías”.

Para conseguirlo, asegura, recorre la ciudad todos los días: “Paseo, observo y voy a todos los eventos a los que me invitan porque para hacer ciudad es tan importante reunirse con un alto directivo como con un vecino que quiere un banquito para sentarse. Cuando te conviertes en un referente tienes que ser muy humilde”.

El alcalde asegura poner atención en todos los rincones, visitar hoteles, bares y restaurantes donde se reúne la gente. En definitiva, escuchar a la ciudad porque, según asegura, esa es la forma que ha aprendido de hacer política: “El mundo se construye en otros parámetros y desde la política tenemos que entender que se gobierna desde la propia empatía. Tienes que someterte continuamente al escrutinio de la gente cuando hablas con ellos. Nunca hay que dejar la calle. Nunca. Y si hay una manifestación, allí tienes que estar. Y si te protestan tienes que estar allí para responderles inmediatamente. Eso es la política.

Abel Caballero mira a los ojos a Vigo y suspira sonriente antes de despedirse: “Qué más puedo contar de mi vida, se la dedico a esto y, por cierto, soy inmensamente feliz”.

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