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La ciudad de los misterios

La ciudad de los misterios

Permítanme que les haga de guía en una pequeña tourné por un Vigo ligeramente distinto al cotidiano, jocosamente escondido, misteriosamente “secreto”…

Praia da Manquiña

Subamos al monte de la Guía. Anticipemos esa increíble panorámica desde el balcón de la iglesia, en lo más alto del monte. Pero cedamos a la tentación. Bajemos al mar. Donde nadie lo espera, una pequeña cala ofrece cada verano refugio a bañistas que conocen el secreto. Jóvenes que buscan su lugar en el mundo como esta cala, aquí, orgullosa entre las grúas del Vigo industrial. Hay un misterio en esta discreción umbría bajo los árboles al que se accede por una senda agreste no menos misteriosa.

Plaza de los pescadores

Si uno, desconocedor del entorno, caminase distraídamente por la calle Pobladores, que ya no es la calle principal que fue, y, a la altura de donde moró el legendario pub “El Alma”, girase súbitamente hacia el mar, se encontraría con una estrechísima callejuela. Al tomarla uno se topa con otro misterio: el de la belleza sencilla y las modestas pero heroicas historias de lo que antes conocíamos como “el pueblo llano”. El Vigo original, el de piedra granítica vinculada al mar, el de la profesión más antigua de esta ciudad, que no es la de meretriz sino la de pescador. Aquí, imagino a los que nos precedieron contando duros relatos de supervivencia pero, también, disfrutando de las pequeñas cosas que nos alegran a todos cuando formamos parte de una comunidad. Esta es la plaza del misterio secreto del nacimiento de una comunidad, sí, esa que llamamos Vigo

Túnel bajo Alfonso XIII

Siguiendo el aroma del misterio, el rastro nos lleva a un lugar que evoca conspiraciones, fugas de presos peligrosos, quizás, ajusticiamientos en tiempos de guerras. Un túnel ha quedado atrapado en el tiempo, bajo los edificios del centro de la urbe ¿Cuánto mide?¿A dónde conduce? Sabemos que un día formó parte -o quiso formar parte- de las instalaciones de la RENFE antigua, relacionadas con las que hubo en el entorno de Rosalía de Castro, hoy desaparecidas. Un túnel con mil historias que contarían sus paredes si no estuvieran ateridas de humedad y frío.

Parque de la Seara

Seguimos caminando dirección Traviesas. Este es el Vigo reconocible, tanto si vamos por Camelias como si vamos por Pi y Margall, algo como un caos coqueto. Edificios. Tráfico. Giramos hacia Beiramar y, encapsulado entre edificios, aparece un pequeño bosque, un parque oculto a la visión de la rutina. Aquí, uno imagina el misterio del amor, la pareja que se oculta en la sombra de un banco para rendir tributo al más elevado de los sentimientos. El ocaso sobre la ría pinta colores extraños sobre los árboles añados, la brisa juguetea con las notas de los susurros. En el otro extremo del parque, la algarabía de una reunión de chavales compite con los ladridos alegres de dos perros que juegan.

Cruceiro Vello, Bouzas

Hemos obviado el frenético tráfico de Praza América y la ruta nos encamina hacia Bouzas. Nos quedan aún más misterios. El primero lo encontraremos sin querer o no lo encontraremos. Antes de que Tomás Alonso enfile hacia su último tramo hacia la Alameda, tomamos hacia Beiramar. Súbitamente, entre algunas casas antiguas, una humilde cruz de piedra, alejada de las miradas apresuradas, símbolo del misterio de la religión, el de las gentes que encuentran su explicación del mundo, no en las catedrales, sino en humildes “cruceiros” en villas como las de Bouzas, pescadoras como el propio Vigo. Sí, el misterio de la religión que se agarra a la piedra como se agarró, generación tras generación, la mirada devota de tantos y tantos de los que nos precedieron.

Paso peatonal bajo la circunvalación, Bouzas

Bajo el intenso tráfico motorizado de la circunvalación de Bouzas, en su pequeña y hermosa bahía, nos asalta otro secreto que anida en nosotros y conforma los espacios en que vivimos: las generaciones de urbanitas se empujan unas otras y se reemplazan ensanchando nuestro acervo común. Si uno se dirige hacia el Paseo de los Peces, se encontrará con un enclave que representa esa energía creativa. En un anodino paso del sendero para corredores y ciclistas, bajo la circunvalación, el arte urbano más joven encuentra un lienzo en el que expresarse. Dos exultantes murales rodeado de los barcos del coqueto puerto deportivo, de los cuatro carriles vibrantes sobre nuestras cabezas, de los terracistas del Paseo de Bouzas que apuran civilizadamente sus cervezas y de los que buscan inspiración en el Paseo de los Peces. En un solo vistazo sobre el Vigo secreto, reluce el misterio de la vida urbana, del saber acumulado, del grito juvenil que será la palabra pausada del mañana.

Chandebrito

Terminamos ya, el último misterio, el de la naturaleza y el hombre. Al llegar a la iglesia románica de Coruxo, nos vamos hacia el monte. Una retorcida carretera, ora entre casas ora entre la foresta, nos lleva hacia Chandebrito, mirador emocionante sobre la ría, sobre la ciudad, territorio habitado durante mil años por nuestros antepasados de los castros. El aire es puro; el pasto, verde; la ría, majestuosa; la ciudad, humana, absolutamente humana: todo es como debe ser. Es el último secreto de este viaje. Como en los otros, su misterio radica en que permanecen ocultos justo a nuestro lado pero donde no miramos.

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