Pocas veces un dicho fue tan cierto. “Vigo es una ciudad nacida desde y para el mar”. Sin duda, así es. Con todo y, con el pasar de los años, la ciudad ha ido creciendo tanto a lo largo de la costa como hacia su interior, ocupando el valle primero y las faldas de sus montes después. En este viaje, han ido apareciendo evidencias de que el dicho con el que comenzamos este artículo, no es tan hermético como podría parecer ya que, en esos montes que rodean la ciudad, se han ido encontrando evidencias y restos arqueológicos de miles de años de antigüedad que demuestran que más allá del mar, ha habido vida primigenia en el interior de lo que hoy es el término municipal. Sin ir más lejos, en nuestros montes están documentados 45 grabados rupestres, 12 mámoas, 12 castros y un buen número de molinos y caminos enlosados construidos en tiempos ancestrales.
Con independencia del monte privado o el municipal, el perímetro de la ciudad está constituido por un total de 13 comunidades de monte en man común, a saber, Beade, Bembrive, Cabral, Candeán, Castrelos, Comesaña, Coruxo, Matamá, Oia, Saiáns, Teis, Valladares y Zamáns. Todas ellas, junto a la Entidad Local Menor de Bembrive, forman la Mancomunidad de Montes de Vigo.
Esta entidad gestiona 35 de áreas recreativas, la mayoría de ellas gestionadas por el Concello. Además, por ellas discurren 120
kilómetros de senderos ya trazados y debidamente señalizados que, en su conjunto, acogen múltiples pruebas deportivas.
Desde la constitución de las comunidades de montes, el esfuerzo de mujeres y hombres de cada una de ellas ha conseguido la transformación de todo el monte perimetral, comenzando por la ardua labor de acabar con el proyecto anterior a su constitución basado únicamente en el monocultivo de pino y eucalipto, pasando a la reforestación con especies autóctonas como el roble, el castaño o cerezos, entre otras. Gracias a esta gran labor, hoy podemos presumir de esos parques forestales que, cumpliendo con los objetivos marcados, en el año 2006, en el proyecto “Naturaleza Viva”, se ha ofrecido a la ciudad y sus habitantes una creciente variedad de usos
que van en consonancia con las demandas sociales y, siempre compatibles con la primacía de la función ambiental, poniendo a su disposición una gran cantidad de áreas de esparcimiento y actividades basadas siempre en el respeto por el medio ambiente y la biodiversidad. La segunda fase basada en el ya citado proyecto “Naturaleza Viva”, ha conseguido el objetivo fundamental de acercar el monte a la ciudadanía. Las reuniones sociales en torno a cualquiera de los parques forestales de la ciudad son frecuentes y forman parte de la dinámica habitual de vigueses y foráneos que utilizan cada día estas instalaciones como centro de encuentro y divertimento. Corredores, ciclistas, caminantes o seteros pueblan nuestros bosques, instalaciones y senderos. Lo hacen en absoluta convivencia y desde el mutuo respeto por lo ajeno y al prójimo.
Además del maravilloso mirador del Castro, de propiedad municipal, desde cada uno de los parques, con muy pocas excepciones, podemos disfrutar de incomparables vistas a la ría, con nuestra “catedral” al fondo, que son Las Cíes, seña y emblema de la ciudad, que parecen ser custodiadas desde estos miradores que nos recuerdan y unen más que cualquier palabra, escrito o idea. Vigo es lo que se ve desde cada uno de ellos, conectan el Vigo costero con el Vigo rural y nos recuerdan
que no solo nacimos a la orilla de la ría, aunque, sí, desde luego, mirando a ese mar que tanto nos ha dado.
No disponemos de espacio suficiente para hacer un recorrido escrito por cada uno de los distintos parques periurbanos, todos son fantásticos y gozan de sus propias peculiaridades, ya sean naturales u obra del ser humano, no es fácil tampoco citar algunos por sus excelencias respecto a los demás, pero, lo importante, es saber que vivas donde vivas, siempre tienes uno cerca de ti. En mi caso particular, tengo dos, el de Teis y el de Candeán, siendo este último el que visito prácticamente
a diario, ya sea para correr, pasear, reflexionar, ver la ría de forma privilegiada o, en esas tardes duras del invierno gallego, sentarme frente a la chimenea de la cantina y tomarme un café escuchando el fuego, sintiendo el viento y recordando la divina obligación que nos ha sido encomendada de vigilar, cuidar y proteger este maravilloso patrimonio que hemos
Es necesario un plan realizable y coordinado entre todas las partes
heredado y que debemos transmitir a nuestros descendientes de la forma más íntegra posible. Es un trabajo arduo y duro, ya que, a los problemas ya sobradamente conocidos de estos maravillosos lugares tales como el fuego e intereses económicos o políticos, ahora se ha unido uno todavía peor, más egresivo y tremendamente difícil de controlar, la acacia, especie invasora e invasiva, tremendamente agresiva y letal para cualquier otra especie que no sea ella misma. Hoy en día, salvo muy pocas excepciones, las distintas comunidades de montes, gastan la mayoría de sus recursos en la lucha contra esta especie. Es necesario un plan realizable y coordinado entre todas las partes
para garantizar que nuestros bosques no queden en el olvido. Las comunidades de montes no pueden librar esta batalla en solitario, nos afecta a todos y, quizá, tengamos que hacer como en Islandia donde ante la desaparición del glaciar Okjökull, los habitantes de la zona pusieron una placa en su lugar con la siguiente leyenda: “Ok es el primer glaciar islandés en perder su estatus como tal. En los próximos 200 años, se espera que todos nuestros glaciares sigan el mismo camino. Este monumento quiere reconocer que todos sabemos lo que está pasando y lo que se debe hacer para evitarlo. Sólo tú sabrás si lo logramos”.