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Playas Viguesas Una memoria sentimental

Playas Viguesas Una memoria sentimental

Cada playa tiene su leyenda, su historia social y sentimental, y las 38 de Vigo esconden muchas que merecen ser contadas. Hoy estos arenales están indisolublemente vinculados al ocio veraniego, al descanso y solaz refrescante pero el veraneo playero es relativamente reciente y seguro que nuestros bisabuelos vigueses, más pendientes de tomar las aguas en pueblos de interior, ni imaginaban que ese litoral que va desde A Guía hasta Baiona podía ser objeto de codicia de toda una masa con afán de tostarse al sol.

En Teis, por ejemplo, existen actualmente ocho playas desde Vulcano al límite con Chapela, las de más pequeña extensión. Entre ellas está Ríos, que ahora aparece dividida porque en su tiempo fue ocupada por la Marina y varios astilleros, pero que era hasta los años 20 una sola playa, un gran arenal de asombrosa riqueza marisquera. A Manquiña, A Fábrica, A Lagoa, A Cala Do Faro, A Punta, Ríos, O Mende y Súacasa. ¿Pueden imaginarse quienes hoy se bañan placenteramente en estas ocho playas las escenas dantescas que ocurrieron ante ellas y bajo sus pies hace siglos cuando desembarcó en ellas el pirata Drake con sus huestes?. Los habitantes de Teis asistieron atónitos a una progresiva destrucción de su bello y accesible litoral con la complicidad o indiferencia de las autoridades pero en los años 80 se inició una lucha que tuvo al colectivo Voces polo Litoral y al Plan Comunitario de Teis como principales estandartes. Hoy, recuperadas, son playas a las que se puede ir andando, gratuitas, abiertas, accesibles, frecuentadas por personas de todos los gustos y edades.

O Adro, en Bouzas
Cuando comenzaba el siglo pasado, aún sin muelle la playa del Atrio, la gente llegaba a la arena vestida como Dios manda, con sombrero. Después, al final de los 50, la gente se bañaba y soleaba pero con la debida licencia y pudor en el vestuario porque tenían delante, en la iglesia, al padre Comesaña imponiendo su casta ley: en el atrio, ni Dios en traje de baño. Hoy sigue ahí la roca referencial de la playa, la Pedra Fanequeira, donde al atardecer las chalanas echaban el aparejo y llenaban sus arcas de centollos, lumbrigantes, pescado menudo, pulpo… hasta que empezaron las obras en los sesenta. Allí donde está la Zona Franca había un espectacular banco de almejas finas con las que llenaban sus calderos aquellos niños que hoy son ya a abuelos. En el muelle de Bouzas, en el rompeolas, se pescaba con caña y de todo porque la ría era entonces prolífica y la playa “do atrio” era el terreno donde se forjaban los futbolistas que jugaban en el Rápido de Bouzas, Celta y hasta fuera de España como Juan Luis Ruiz, Manolito Álvarez, Dourado, Justo Goberna, Félix Carnero, Lucio Ruiz, Falque, Quico…


Samil, con mucha historia
En 1920 a Benigno Prado, que trabajaba como carpintero en una construcción en Coruxo, se le ocurrió abrir un pozo en un pinar que había comprado en Cabo da Vella, ante lo que hoy son las canchas de tenis de Samil, zona de la antigua sala Riomar. No había agua potable ni casa alguna en toda la línea de playa, ni carretera, ni puente para cruzar el Lagares hacia Coruxo, sino algún pescador que hacía de barquero cuando la marea estaba alta. El carpintero Benigno Prado fue en realidad un visionario al que su familia le tomó por loco por montar ante el pozo su casa. No podía imaginar que en los años 30 el arquitecto Palacios concebiría un gran paseo para el arenal vigués, en el que se levantaría un gran casino, un parque de aviación y un jardín zoológico. Palacios nunca lo hizo pero Prado, años más tarde, abriría allí el hostal El Bosque, por el que luego habrían de pasar desde ministros de la España de posguerra a gentes de la cultura y la empresa. Tampoco podía imaginar que en los 60 habría allí un camping de mucha marcha e historia irrepetible, y luego una Casa de las Palabras o Verbum…


Canido, un arenal tranquilo
Habrá otros pero ellos fueron los primeros pobladores contemporáneos de la playa de Canido, llamada Canto de Area. Los Riera están ahí, ante el arenal, desde antes de su padre, Jerónimo Riera, que nació en 1902; desde antes de su abuelo, Jerónimo Riera, que vio la luz en 1870. Fue su bisabuelo Jerónimo Riera quien llegó a Canido allá por 1850 o 1860 y casó con una nativa, montando poco antes de 1900 una tienda que era también taberna a la que llegaban muchos pescadores con la marea
para que les cocinaran lo que ellos mismos traían de las aguas. Esa playa de Canido la recuerda Chito Riera Besada en los años 40 del pasado siglo con una industria de ropa de agua, Mirambel, y cinco conserveras cuyos propietarios vivían con sus
familias allí mismo. Eran Floro González, Guillermo Curbera, Antonio Cerqueira, Campos Varela y Vicente Coma. Delante, una mala carretera que iba hasta la estación del tranvía de Canido, un arenal y barcos de bajura que hacían la ardora o el xeito y traían el pescado para las fábricas. Solo era posible entrar en el puerto de Canido con media marea para arriba y hacían de prácticos los mismos marineros
de la zona, que tenían como una de sus referencias la luz que encendían en una casa del lugar.

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Y luego viene Fuchiños
Ahí, en esa línea recta, pasada la playa de Canido, aparece una zona formada por residencias unifamiliares de lujo sobre un gran arenal, que recibe diferentes nombres según sus tramos, como Fuchiños, Areal do Xunqueiro, O’Caranguexo, Barxa de Oia, Tendales… Podríamos decir que, primero, el arquitecto Gómez Román construyó su chalé, La Xeitosa, y luego vino todo lo demás. Eso fue en 1926, pero a partir de ese año esa franja marítima que los vigueses llamamos de la “carretera cortada” empezó a poblarse de casas de veraneantes y luego residentes que dieron un tono apellidócrata a esa hermosa zona salvaje al borde de la playa de Fuchiños. El caso es que, tras el chalé “La Xeitosa”, vino el de Álvarez Nóvoa y, a partir de los 30 y los 40 del pasado siglo a ese núcleo en torno a la playa de Fuchiños que Genaro Borrás llamaba “Manhattan” se fueron estableciendo sagas familiares como la de los Cerqueira, Eraso, López Valcárcel, Molins, Cominges, Núñez, Echenique y Vázquez de Parga (descendientes de Gómez Román), Beamonte, Borrás, Fadrique, Rey..,


La Playa de América Latina
Hace ahora 71 años, en 1930, la playa de Lourido era aún un desierto arenal pero, desde Argentina, un rico emigrante valmiñorano había encargado ya un ambicioso plan para urbanizar el lugar. Era Manuel L. Lemos, que en 1929 tenía ya los “Planos de Urbanización” de la zona destinada a la gran playa y ciudad de verano “América Latina”, como rezan las leyendas de las numerosas carpetas que guardan planos, perspectivas, red de alcantarillado, traída de aguas, electrificación… hasta capilla. Un ambicioso proyecto muy adelantado a la España de ese tiempo. En los años 30, Manuel L. Lemos construyó una serie de chalés en la línea de playa que al principio se alquilaron y al final de esa década y en los 40 se compraron, además de construirse otros particulares. Llevaban nombres como Villa Rita, Villa Pura, Villa Pía, Villa Mendoza, La Chocita, Pabellón Bleu (un hotel), Nidito de Amor, Noche de Bodas, La Superiora, la Casa Blanca… Si en los 30 hubo una primera eclosión, el asentamiento de veraneantes comenzó en los 40, en que se instalaron allí para las vacaciones los Amado de Lema, Leandro Fernández, Asenjo, Álvaro Elices, Tomé, Durán, Portanet, Álvarez, Romero, Salgado, Jesús García, Cáceres, Villanueva, Rosés, Alonso, González Sierra, Ruiz, Kruckenberg, Conde, Roura, Barreras… Toda una burguesía urbana fundamentalmente viguesa que constituyó un enclave de privilegio. Y así podríamos seguir con el resto de las playas, pasando por Saiáns y llegando a las de Baiona, o cruzando la ría, llegando a la de Rodas.

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